Se dice que pobre no es el que no tiene nada sino el que conoce a un rico
Recuerdo hace muchos años una mujer que vivía en las montañas en un lugar muy alejado del pueblo más cercano. Vivía feliz con su marido y sus hijos y como alarde de posesión mostraba un corral con gallinas, conejos y unas cabritas. Tenía todo lo que podía desear. Como nosotros diríamos: salud, dinero y amor.
¿Es relativa la pobreza? ¿Ocurre lo mismo con la felicidad? ¿Se puede ser feliz de forma independiente y sin necesidad de compararse con los demás?
La verdad es que no siempre en el mundo actual, el mundo de la comunicación en que vivimos, podremos librarnos de la comparación para marcar nuestro nivel de riqueza y felicidad.
Los niños son presionados a veces para ser los primeros de su clase en notas o en deporte y algunos se sienten verdadera frustración cuando no lo consiguen. Algunos jóvenes se sienten desgraciados porque su trabajo dicen, no es lo que habían soñado o no es tan bueno como el que han conseguido compañeros suyos. Los sueldos son también muchas veces motivo de infelicidad y a pesar de ganar suficiente para llevar una vida digna, son muchos los que se lamentan de no poder tener un coche de lujo o disfrutar unas vacaciones en una isla del Caribe como hacen los ricos y por ello se clasifican en el grupo de pobres y sin felicidad a tope.
La categoría profesional es también para muchos un factor condicionante de su felicidad y algunos planifican un tipo de vida en el que quitan tiempo de aspectos fundamentales como es familia y amigos, para alcanzar la promoción que esperan o el dinero que les dará éxito y felicidad.
¿Podría la mujer de las montañas decir que lo tienen todo, salud dinero y amor, viviendo en este mundo jerarquizado en el que las diferencias sociales se han agrandado?
¿Podemos nosotros sentirnos ricos y felices desde nuestro interior?
¡Qué maravilla si así lo conseguimos!